Dicen que escribir es como ir a terapia. Que, si te animas a hacerlo, no sólo pones en orden tu cabeza, sino que te liberas de lo que te pesa. Y no, no me refiero a esos kilos que has ganado en Navidad, sino a esos pensamientos -que no tienen porqué ser problemas- que no te quitas de encima. El post de hoy será largo, primero porque hace tiempo que no me paso por aquí (y lo echo de menos), segundo porque ni yo misma me entiendo… Así que vamos a ver si es verdad que esto es como una terapia y me ahorro la visita a un especialista 😉 Me ha costado poner título a esta entrada… ¿qué más da? arranco de una vez, o se quedará en el cajón de las historias sin publicar.
Me gusta la Navidad. Siempre lo he dicho. Me gusta las luces de las calles, que la familia se reúna, las peleas en la cocina y el estrés que conlleva tantas cenas. Las compras en el último minuto, los turrones e intentar decir Pamplona con la boca llena de polvorón. Me gusta desde siempre y con niños muuucho más. Me mola que no tengan cole y que cada día hagamos algo distinto. Me flipa la noche de reyes, cortar trozos de zanahoria, hinchar globos y esparcir sugus como si fueran semillas por todo el salón. Regalar cosas, abrir paquetes. La calefacción y las películas con manta.
Peeeero ahora viene mi dilema: La Navidad termina. Quitamos ese kit kat sin anestesia y volvemos a la normalidad. Sin árboles, ni luces, ni gambas ni ná. Ayer, de camino al trabajo iba comiéndome la cabeza, no por volver al trabajo (que no me molesta) sino por el agobio de la rutina de los niños -lunes comedor y manualidades, martes ballet (…)- volver a tener la sensación de que no lo estoy haciendo bien, que les podría dar una educación y estilo de vida mucho mejor, lejos de aquí, de estas normas. Hacía mucho tiempo que no me entraba esta necesidad de dejarlo todo y vivir en otro sitio, que me permita ganarme la vida lejos de una silla y dónde Edu (5 años) y Gabi (4) no tuvieran que rellenar una y otra vez una ficha con» la A de Abeja, la B de ballena, la C de«… un sito donde no me llamen del cole para decirme que a Gabi se le resiste el puntito de la i. Ains… un sitio estupendo que sólo existe en mi cabeza, pero que mola mucho. En mi mundo paralelo vamos todos descalzos, mi chico es el dueño de un bareto de playa que no sale en tripadvisor así que solo vienen a visitarlo por el boca a boca. La caña está muy fría, la tortilla de patata crudita y los baños muy limpios. Yo estoy metida en un proyecto fotográfico que explica las historias de los que nos visitan y tengo el estudio en la parte de arriba de nuestro pequeño negocio. Los niños van todos los días a una colegio-casa que está lo suficientemente cerca como para ir en bicicleta. Es una casa pequeña, de madera, rodeada de árboles y piedras. Se tienen que descalzar para entrar, tienen muebles pequeños, instrumentos y libros por todos lados. En el jardín un huerto y cada uno se organiza como quiere. Gabi puede ir disfrazada y sin peinar (pero con el pelo limpio, eh? tampoco es que me haya vuelto loca)
Ains.. mi mundo. Qué claro lo veo.
Ya he avisado que este post era largo ¿verdad? en fin… que por la tarde me sentía muy desgraciada mientras esperaba a que mis hijos salieran de inglés en una cafetería de mi pequeña ciudad, con mis zapatos incómodos, mis 8 horas sentadas y sin mis vistas a la playa. Estaba distraída leyendo el periódico y leo (en la sección de sucesos) que una pareja, de un barrio cercano a mi casa, se ha dedicado a repartir comida y mantas a los sin techos porque hace poco ellos lo fueron y saben cómo se pasa sin tener un sitio para dormir, una família o amigos que te escuchen. ¡Plaf! bofetada a mis tonterías. Así, con la mano abierta y sin previo aviso.
Por Dios Almudena! pon los pies en tierra y da gracias que tengas unos hijos estupendos con los que juegas horas y horas a los Tsum Tsum o Yokais y siéntete afortunada por poder llevarles a las actividades extraescolares que ELLOS han elegido. Canta, baila y camina descalza en el tu casa escuchando a Fito a todo volumen por tener un trabajo que te gusta, un chico estupendo a tu lado que ve la vida como tu!. Aprende a valorar que, aunque no tengas un bar con las mejores tortillas en la playa, tienes el mar a 2 minutos de casa, que cuando quieras puedes ir a pasear por ahí, o que dentro de nada enseñarás a patinar a Gabi en el paseo del Portixol. Por Dios, piensa menos y vive más. O deja de pensar, vende la casa, mete la cámara de fotos y lo imprescindible en la maleta y vete con los tuyos a otro continente, a una playa con un bareto que se alquile… ¿no? Pues disfruta lo que tienes.
(la foto es de Rosa Avella del año pasado, pero es tal cual me siento)