Hacer fotos no sólo es una profesión. Es una manera de vivir. Me gusta contar historias a través de las fotos o el vídeo. El tiempo vuela y poder revivirlo tantas veces como uno quiera es algo que me fascina.
Hace 3 años, en una comida familiar, mi abuela (93 años) me dio una charla de lo orgullosa que estaba de mi por quién me había convertido y cómo estaba criando a mis hijos. Me habló de la felicidad, de los pequeños detalles y de lo importante de disfrutar cada día. Como a mi me gusta más este tema que un tonto un lápiz (expresión que nunca he entendido por cierto) le dije que quería grabar todo eso para poder enseñárselo a mis hijos cuando fueran mayores.
Al día siguiente me planté con la cámara y estuvimos una hora hablando. Me quedé con una sensación rara… primero porque ese día ella había dormido poco y no estaba tan inspirada como en la comida del día anterior, y segundo porque mis hijos interrumpían todo el rato.
Mi nivel de perfeccionismo y autocrítica me decía que el discurso de la felicidad que me dijo ese día no era tan bueno como el primero. Ya lo intentaré otro día pensé. Ese vídeo se quedó en la carpeta «pendientes» junto a tantas otras ideas. Mi eterno “ya lo haré más adelante”. Hoy, 3 años después, haciendo limpieza del disco duro, he encontrado el clip de Maya. Al verlo me he emocionado por partida doble.
Por un lado mis hijos. Por Dios. ¿cómo me pudo molestar que me interrumpieran? Gabi tenía 4 años, vino un par de veces a darme un beso, a enseñarnos un caracol , a preguntar qué comemos. Vino a jugar. A querernos y a sentirse querida. En el vídeo mi abuela la mira con ternura infinita mientas se oye mi voz de fondo: ¡qué sí! ¡muy bien! Déjanos!: Mi voz metiendo prisa. Acelerada. Brusca. Rancia. No pongo los trozos donde me doy un poco de vergüenza… pero os dejo este para que os hagáis a la idea…
Ahora pagaría lo que fuera por volver a ese día, para plantar un beso en ese moflete redondo. Me gustaría volver 3 años atrás, jugar con ese caracol y demostrar a Gabi lo importante que es para mí en lugar de mandarla fuera de ahí.
Maya lo vio, y me lo dijo. No lo entendí hasta que lo he vuelto a ver.
Por otro lado Ella y su discurso. Ese día no me habló de hacer lo que te salga de las tripas, o de lo importante de irse a la cama con la conciencia tranquila. Me habló del amor. En su día no me convenció, pero ahora me parece el mejor regalo.
Efectivamente, a sus 2000 años Maya se acabó. 3 días antes de soplar los 96. El mismo día que el 25 aniversario de cuando mi abuelo nos dejó. Estoy segura de que él le ayudó a irse; porque si lo que dice en el vídeo es verdad, si los besos y el cariño que le damos le unía a este lado, aún seguiría aquí.
Esta entrada es la primera desde hacía mucho tiempo, pero quería dejarlo escrito por aquí. Para no olvidarme. Para recordarla así, sentada, guapa y maravillosa. Feliz. Querida.
Para que no se me olvide que es mejor hacer algo (aunque no sea perfecto) que no hacerlo.
Que mis hijos van a crecer, y me voy a arrepentir.
Que yo decido cómo vivir.
Que nada, ni nadie, es para siempre.