Hace tiempo (muuucho, mucho tiempo) Escribí sobre la felicidad (para variar). Hablé de esa sensación de no tocar los pies el suelo, de caminar con la sonrisa puesta hasta el punto de estornudar confeti.
Pues bien, la historia se repite.
Soy de esas mallorquinas que aún se sorprenden cuando va a un pueblo bonito (de esos que abundan en la isla). Vivo con ojos de turista las vistas, los olores y la gente. Aplaudo con las terrazas, las cañas y el pa amb oli. Pero es que si vas a Banyalbufar y no te entra un no sé qué que qué se yo por la espalda es que no tienes corazón.
El trío calavera fuimos a comer a el recién reformado Hotel Mar i Vent.
Desde el día que lo decidimos me entró la risa floja, esa que tienen los niños pequeños el día antes de una excursión en el cole… y es que cuando nos juntamos las 3, el vino, las risas y las fotos no faltan. Fue una quedada de SushiRaw (si quieres saber algo más de estas quedadas raras, te resumo unas cuantas aquí y aquí) diferente, cambiamos el japo por vistas a los delfines desde la terraza del comedor. Serena y Miguel han sabido mantener el espíritu del hotel, pero con ese toque que ellos saben. Hay que reconocer que juegan con ventaja, ya que comer con esas vistas ya es un gustazo… así que cuando saboreas el arroz meloso y de fondo ves un delfín saltar… es imposible no dar gracias por estar ahí en ese momento. (fotos mezcladas de Rosa y mías)
Mallorca, qué bonita eres y qué poco te aprovechamos.